EL SIMBOLISMO DEL TORO
El toro: símbolo de potencia
fecundante, de propagación vital. Asociado por sus cuernos con la luna y sus
influjos. Entroncado con la figura mítica
del
Minotauro, con el toro egipcio Apis, con las danzas taurinas de la antigua
Creta, y con el culto de Mitra. El toro también ha suscitado su estilización
artística. Como la consumada por Picasso en la obra que podemos apreciar a la
izquierda. En este instante de Simbolismo Animal de Temakel,
deambularemos por una aproximación general al simbolismo de toro, en primer
término, y luego, accederemos a un aspecto particular de la historia simbólica
del fuerte bóvido. El culto de Mitra tuvo un gran auge en el Imperio Romano
entre los siglos l y lll. Fue practicado por los soldados romanos; poseía ritos
de iniciación. Uno de sus momentos fundamentales era el sacrificio del toro.
Acto de gran envergadura simbólica, que remite a un toro primordial en el que se
concentraban las energías originales, iniciales de la vida.
1. EL SIMBOLISMO DEL TORO
En muchas culturas antiguas,
un símbolo de gran fuerza. En las imágenes de las cuevas de las grutas de culto
paleolíticas las representaciones de bóvidos salvajes junto con las de caballos
-constituyen el motivo más importante (bisonte y uro). El toro primigenio debió
de causar la impresión de fuerza vital y de poder masculino, aunque
simbológicamente sigue siendo dudosa su interpretación. En tanto que la fuerza y
el carácter salvaje impresionan, la sorda brutalidad de sus ataques, tal como
los experimenta el ser humano, infunden temor. Desde e1 punto de vista de la
historia de las religiones, el papel del toro es sumamente importante, lo cual
se manifiesta en el culto de que es objeto y que se refiere sobre todo al poder
procreador del animal; también son importantes sus cuernos, que hacen pensar
en la Luna (pero en relación con esto se considera también la vaca; por ejemplo
a la derecha: fiesta de los dinkas sudaneses. Las jóvenes a punto de ser
cortejadas portan cuernos de vaca. Los hombres que las cortejan se presentan con
bueyes mimados a los que llaman "toros cantarines"). Por otro lado hay un sinfín
de ritos simbólicos que se refieren a la victoria sobre el toro y al sacrificio
de este animal. Antiguos cultos cretenses, que probablemente eran conocidos
también por otras culturas en forma parecida, convierten el toro en objeto de
danzas con saltos por encima, mediante las cuales el hombre trata de demostrar
su superioridad y supera la naturaleza toscamente animal tan profundamente
sentida del toro. (Abajo izquierda puede verse un fresco de las paredes del
palacio de Cnosos, en la Creta minoica, que data aproximadamente del 1500 a.C.
Con nitidez puede apreciarse el salto de un danzarín sobre el toro). Con
esto se relaciona el afán por domar este bóvido y ponerlo al servicio del
hombre. En tanto que para el trabajo se utilizan bueyes, toros sin
castrar suelen permanecer en el ámbito sagrado (por ejemplo, el egipcio Apis, al
que también se momifica) y son venerados como especímenes de las fuerzas
reproductoras de la naturaleza. La fecundidad, la muerte y la resurrección,
muchas veces, por ejemplo, en el culto de Mitra, de la Antiguedad tardía, se
relacionan con el toro.
El Minotauro de la antigua Creta, un ser mixto de hombre y toro, primero vive escondido en el laberinto, pero después es muerto por Teseo. La corrida de toros del sudoeste europeo no debe considerarse primordialmente un espectáculo deportivo, sino una forma ritualizada de espectáculos taurinos del Mediterráneo antiguo que terminan con un sacrificio del representante tan respetado como temido de la indómita fuerza de la naturaleza.
En el simbolismo astrológico del zodiaco, el toro (tauro) es el segundo signo, un "signo de tierra", y a los nacidos bajo este signo se les atribuyen cualidades tales como pesadez, vinculación a lo terreno, firmeza y vitalidad. Este signo estelar domina el período de tiempo entre el 21 de abril y el 21 de mayo, y Venus tiene en él su "casa nocturna", lo cual hace pensar en relaciones mitológicas del dios toro con la diosa del amor, las leyendas astrológicas de los griegos ven en el toro celeste el Minotauro, pero también aquel bóvido salvaje que en cierta ocasión devastaba los campos de los alrededores de Maratón y que fue abatido por el héroe Teseo. Detrás del toro celeste se encuentra el nebuloso grupo de estrellas de las Pléyades, las siete hijas de Atlas, que fueron perseguidas por el cazador Orión hasta que primero se convirtieron en palomas y luego en estrellas. El ojo brillante del toro celeste es la estrella fija de Aldebaran. (1)
2. MITRA Y EL SACRIFICIO DEL TORO
El toro de Mitra no es otra cosa que el espíritu del grano (abajo
izquierda, Mitra en el momento de sacrificar al toro). La importancia atribuida
al símbolo de las espigas corresponde a la relación directa que la teología
del misterio quiere establecer entre el sacrificio del toro y el banquete
sagrado: la sustancia del toro divino está en el pan de la cena de los
iniciados, tal como estará en el alimento de los bienaventurados. Pero el mito
no supone que el toro sea sólo una víctima de cosecha, que encarna al final de
la estación al espíritu del grano. La puesta en escena no responde de ningún
modo a esta hipótesis. La persecución del toro salvaje concuerda con las
costumbres de un pueblo cazador: el toro no está todavía domesticado: los que al
comienzo lo inmolaron, no se dedicaban regularmente a la agricultura; era una
ruda población de montañeses que no podía tener grandes campos de trigo. El
toro debe de haber encarnado el espíritu de la vegetación, la renovación de la
naturaleza, el regreso de la primavera, que parece haber sido la época de las
iniciaciones mitríacas y no coincide con el tiempo normal de la siembra ni con
el de la recolección del trigo.
El sacrificio del toro tenía pues una significación tan amplia como el corte del pino de Atis, como el sacrificio del jabalí que debe de constituir la base de uno de sus principales mitos. También se ha dicho de Atis, en tiempos del sincretismo grecorromano, que representaba el grano recogido, tal como se lo ha dicho, y mucho más antiguamente, de Osiris.
En el comienzo de los tiempos se ha ubicado el sacrificio del toro como principio de vida sobre la tierra, precisamente porque se lo destinaba no a significar, como se ha dicho muchas veces, sino procurar la renovación de la naturaleza. Apenas puede hablarse de transposición mítica. Bastaba que se pensara en un comienzo de las cosas, para que se ubicara en él el sacrificio que cada año procuraba un nuevo inicio. ¿No será que el mismo rito eficaz que todos los años reanimaba la vida de la naturaleza, despertaba las energías del mundo vegetal y del mundo animal, y probablemente aseguraba también el predominio del día sobre la noche y producía la estación florida, debió dar origen al proceso de la vida sobre la Tierra, y que de tal sacrificio debieron nacer al comienzo los seres vivientes, ya que su reproducción perpetua dependía de él en la actualidad?
No hace falta preguntar cómo se
pudo inmolar un toro antes que existieran animales. Tampoco había hombres en esa
época, ni ningún ordenen las cosas. Este primer toro era más un espíritu
viviente que un animal, prototipo del toro del sacrificio, que lleva en sí la
simiente de los seres vivos. No hay que olvidar que el toro anualmente
sacrificado no era una bestia vulgar; era la manifestación de la vida universal,
su expresión más perfecta, y en él se condensaba, por así decirlo, la virtud de
ésta:
tal virtud podía difundirse entonces mediante el sacrificio en toda la
naturaleza. Así ocurría con el toro primordial. La víctima anual era
verdaderamente divina; el toro original lo había sido de modo especial. En
cuanto a las circunstancias del sacrificio de aquél, era materia de imaginación,
como el toro mismo. Las ideas debían ser mucho menos firmes sobre estas
circunstancias que sobre el hecho, pues es la muerte del toro, y no su ocasión
particular, lo que constituyó el principio de la vida. Además era inevitable una
incertidumbre en las ideas acerca de las condiciones accesorias del sacrificio
original, por el hecho mismo de que la víctima era divina, encarnaba el
espíritu, y había sido primero, en los sacrificios reales, de algún modo un dios
inmolado y no una víctima ofrecida a un dios. Por ello el toro primordial era
dios; no se había convertido en tal, sino que había seguido siéndolo. (2)
(1) Fuente: Hans Biedermann, Diccionario de Símbolos, Editorial Paidós, pp.450-452.
(2) Fuente: Alfred Loisy, Los misterios paganos y el misterio cristiano, Ed. Paidós, pp.141-142.